(EN) SILENCIO, SE LIDERA!

La reciente visita al Japón de Rajoy me da motivo para esta entrada al blog: el presidente del gobierno español afirmó que el accidente de Fukushima no era para tanto, en defensa de la energía nuclear.
Sin embargo, apenas unas horas después, la ONU ha advertido de que se han subestimado las consecuencias del citado accidente y de que se vierten todos los días 300 toneladas de agua letalmente contaminada al océano Pacífico.

Qué gran oportunidad de haber callado para Rajoy.

Se atribuye a Groucho Marx, aunque antes lo dijo Mark Twain, aquello de que es mejor callar y parecer estúpido, que abrir la boca y disipar toda duda. ¿Acaso obligaron al presidente a declarar sobre Fukushima y no se le ocurrió decir otra cosa? Pobre.

La capacidad de facilitar los procesos también se mide por saber callar. No es necesario hablar por hablar. Incluso en la hipótesis, maligna, de que Rajoy sea presa del lobby atómico, o del inversor japonés, no se me ocurre peor manera de defender los intereses de dichos grupos de presión.

Claro que tampoco me molesta exactamente esa incompetencia, sino la de no saber defender los intereses generales para los que fue elegido, supuestamente, por toda la ciudadanía.

Comoquiera que fuere, me sirve su mal ejemplo para debatir acerca del rol callado pero constante del buen líder, que no siempre pasa por estar en el centro de los focos ni en el ojo del huracán.
Un facilitador de las cosas -otra manera de llamar al líder- sabe que puede confiar en sus colaboradores y que no todo depende de él mismo. Conoce las ventajas del trabajo colectivo y apuesta por él. Aunque a veces otras personas asuman el protagonismo, es sano y enriquecedor en los procesos de desarrollo personal que todas las personas cuenten con momentos en los que demostrar su valía personal ante (y no frente a) la comunidad.

El facilitador sabe incluso conducir sus propias necesidades personales de protagonismo y no envanecerse, aún reconociéndolas y valorándolas en su justa y no cicatera medida. El líder no es tacaño ni racanea los elogios (ni en su fuero interno los autoelogios). Es generoso consigo y con sus compañeros de proyecto.

Esa generosidad le permite permanecer en un discreto segundo plano y no necesita vanagloriarse, incluso cuando el éxito dependa en gran medida de su trabajo. Porque hace todos los días su trabajo personal de auto-reconocimiento, halla satisfacción de adentro hacia afuera y no a la inversa.

Así, su silencio brota del equilibrio y la armonía interior, conectado con la naturaleza, con el universo, con el Tao según la sabiduría oriental.

El silencio no significa pasividad, desde luego. Como muchos ‘machacas’ o personas más laboriosas saben, el segundo plano es terreno habitual para los mas tímidos, no necesariamente menos aptos. Por eso, identificar silencio y pasividad solo es posible para quien se mueve más en el centro de los focos que entre las bambalinas.

El silencio tiene más relación con la profundidad, con la reflexión, con la ecuanimidad. Saber callar es una virtud ligada a la sabiduría. La que suele demostrar que le falta a gente como Rajoy, lamentablemente. Pero más lamentablemente, no sólo a él. Todas las personas incurrimos a lo largo de la vida en este procaz vicio. En esta línea, ese pensamiento que afirma que líder puede ser -o no ser- cualquiera, y que no identifica jefe con líder, o proceso de liderazgo con gobierno. Todas las personas, al margen de su acción o trabajo actual, son líderes potenciales de su comunidad.

De otro lado, el silencio va más allá de la ausencia de palabras y se sitúa también en el marco de las acciones. Dejar hacer, dejar pensar, dejar vivir, dejar errar. Desde el acompañamiento activo, es decir, cercano y dispuesto, no desde el «tú te apañes». Dispuesto a apoyar sin criticar, a sostener sin requerir, a consolar sin «te lo dije»… De alguna manera, se trata de dejar que el proceso personal o colectivo siga su curso, tal como Mindell propone en su obra (pág. 84), virtud propia del proceso que él denomina de elderazgo, concepto que ya he abordado en otras entradas.

La mala noticia es que no es fácil. Pero liderar procesos y personas no lo es. Requiere desaprender mucho de lo que nos enseñaron «civilizadamente». La buena noticia es que cualquiera que realmente quiera puede empezar a hacerlo: reaprender a conectar con nuestra auténtica naturaleza humana, entre la animal y salvaje, y las primeras elaboraciones racionales basadas en el amor incondicional y sagrado de sentirnos parte de un todo superior, y con un destino común como humanidad. En ello nos va ese nuestro destino.

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